
Sauce ciego, mujer dormida de Murakami, ha sido la última buena sorpresa que el 2010 me ha regalado en un tono subjetivo. La relación causa efecto ha puesto entre mis manos un libro que compuesto por veinticuatro maravillosas historias me ha dejado con la satisfacción de haber leído un inolvidable libro.
Veinticuatro cuentos llenos de magia, entramados psicologistas, experiencias surrealistas, enredos oníricos, etcétera. Avión… o cómo hablaba él a solas como si recitara un poema; Hanaley Bai; El hombre de hielo; Somorgujo; son algunos de los títulos que dispone éste inquietante compendio.
Leer a Murakami en Sauce ciego, mujer dormida, es como ir pasando por una serie de líneas maravillosamente estructuradas, creer que en un futuro, equis hipótesis terminará el relato, y de repente, en dos palabras ésta toma un ritmo y una dirección opuesta, definitiva e inédita, de repente, con tres palabras una sensación de escalofrío te recorre el cuerpo y la historia se hace inesperada, sublime, insospechada.
Miedo, desesperanza por llegar al clímax, buen sabor en la boca, sonrisas, movimientos negativos de cabeza, sentimiento de transitoriedad, de vulnerabilidad, y más se experimentan en éstos relatos.
Ha sido sin duda un gran estreno como Murakiana, con ganas de adentrarme en sus profundidades de fantasías, epifanías e incertidumbres. Con ganas de seguir soñando con roces de manos entre inmortales, conversar con un Somorgujo, imaginar un pequeño edificio de cuatro pisos cuando en realidad sus relatos transcurren en enormes y modernos rascacielos, recorrer el interior de estos monstruos arquitectónicos, aspirar un buen té asiático y dormir al ritmo de un piano jazz.
El próximo será Tokio Blues, esperando pueda mantenerme en un letargo, nadando entre letras e imaginando la voz autentica de un Murakami que ha sabido cautivarme.
Caracas, febrero de 2011.
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